Gordon Gekko, personaje encarnado por Michael Douglas en la ochentera ‘Wall Street’, opinaba que la codicia era buena, que era lo que motivaba a seguir adelante y ser mejor. De esta filosofía parece comulgar el mandamás de Top Rank y, casi por extensión, del boxeo. La mayor y más poderosa promotora del mundo se encuentra bajo la batuta de un octogenario.
Bob Arum sigue siendo vivaz y enérgico en la dirección de sus negocios, la edad no pasa por su despacho. Puede presumir de haber promovido 25 peleas del gran Alí, más que nadie, con lo que estamos ante un árbol con las raíces profundas y bien asentadas. También se ‘enfrentó’ en múltiples ocasiones con el controvertido Don King, enemigo o amigo según la cantidad de ceros.
Su codicia le ha llevado a ocupar el trono que habita actualmente, pero sigue sin estar saciado y, lo que es peor, no comparte ni las sobras. Él se ocupa de programar las carreras de sus boxeadores para obtener de ellos el máximo rendimiento económico. Todo legítimo. El problema es cuando, por culpa de sus propios intereses, el deporte y sus verdaderos protagonistas se ven perjudicados.
El ejemplo de Miguel Cotto es curioso. El boricua, terminado su contrato con Top Rank, decide ser agente libre, y su primera pelea sin Arum será la más lucrativa de su carrera, ante Floyd Mayweather. Dentro del duro empresario se esconde un tipo aparentemente sensible y rencoroso, o al menos eso se deriva de sus actuaciones con personas que han trabajado para él.
Esta situación hace que no quiera negociar con Mayweather o que sea reticente a estrechar relaciones con su gran rival en los despachos, Golden Boy Promotions, dirigida por Oscar De La Hoya. Ambos antiguos clientes de Bob. Su gran estrella es Manny Pacquiao, quien viene de enfrentar a JM. Márquez y ahora se programa ante Timothy Bradley. ¿Saben quién les promociona?
Todo queda en casa. Gekko también decía aquello de ‘negocios son negocios’, aludiendo a la frialdad en su ejecución y a la total reclusión de sentimientos. Quizás esta parte la olvide Arum, pero sus refriegas personales están deshidratando el negocio que le ha dado de comer, alejando a los aficionados y frustrando a los deportistas. Ya se sabe, a veces, la avaricia rompe el saco.
Bob Arum sigue siendo vivaz y enérgico en la dirección de sus negocios, la edad no pasa por su despacho. Puede presumir de haber promovido 25 peleas del gran Alí, más que nadie, con lo que estamos ante un árbol con las raíces profundas y bien asentadas. También se ‘enfrentó’ en múltiples ocasiones con el controvertido Don King, enemigo o amigo según la cantidad de ceros.
Su codicia le ha llevado a ocupar el trono que habita actualmente, pero sigue sin estar saciado y, lo que es peor, no comparte ni las sobras. Él se ocupa de programar las carreras de sus boxeadores para obtener de ellos el máximo rendimiento económico. Todo legítimo. El problema es cuando, por culpa de sus propios intereses, el deporte y sus verdaderos protagonistas se ven perjudicados.
El ejemplo de Miguel Cotto es curioso. El boricua, terminado su contrato con Top Rank, decide ser agente libre, y su primera pelea sin Arum será la más lucrativa de su carrera, ante Floyd Mayweather. Dentro del duro empresario se esconde un tipo aparentemente sensible y rencoroso, o al menos eso se deriva de sus actuaciones con personas que han trabajado para él.
Esta situación hace que no quiera negociar con Mayweather o que sea reticente a estrechar relaciones con su gran rival en los despachos, Golden Boy Promotions, dirigida por Oscar De La Hoya. Ambos antiguos clientes de Bob. Su gran estrella es Manny Pacquiao, quien viene de enfrentar a JM. Márquez y ahora se programa ante Timothy Bradley. ¿Saben quién les promociona?
Todo queda en casa. Gekko también decía aquello de ‘negocios son negocios’, aludiendo a la frialdad en su ejecución y a la total reclusión de sentimientos. Quizás esta parte la olvide Arum, pero sus refriegas personales están deshidratando el negocio que le ha dado de comer, alejando a los aficionados y frustrando a los deportistas. Ya se sabe, a veces, la avaricia rompe el saco.