En la historia de la música popular, hay canciones que entretienen, otras que emocionan, y unas pocas que incendian conciencias. “Hurricane”, escrita por Bob Dylan en 1975, pertenece a este último grupo. Más que una canción, fue un grito. Un acto de protesta. Un titular musicalizado que puso el foco sobre uno de los casos judiciales más polémicos del siglo XX: el encarcelamiento del boxeador Rubin “Hurricane” Carter.
Una historia que no quería ser ignorada
Dylan conoció el caso de Carter al leer su historia: un exboxeador de peso medio, arrestado y condenado en 1966 por el asesinato de tres personas en un bar de Paterson, Nueva Jersey. Desde el primer momento, Carter afirmó su inocencia. El juicio estuvo plagado de irregularidades y racismo, y con el tiempo, testigos clave se retractaron. Pero aún así, él y su presunto cómplice, John Artis, fueron condenados a cadena perpetua.
La canción que Dylan escribió junto a Jacques Levy surgió como una reacción directa a esa injusticia. Con imágenes potentes de cuerpos en charcos de sangre y policías manipulando pruebas, “Hurricane” era un ataque frontal al sistema. La voz de Dylan, urgente y apasionada, se unía al violín de Scarlet Rivera para crear una atmósfera casi cinematográfica, entre el lamento y la rabia.
Lanzada en un momento poco favorable -temporada navideña, radio dominada por Bowie y Elton John-, la canción rompió el molde. Con más de ocho minutos de duración y versos que tuvieron que ser editados por su contenido, logró posicionarse en el puesto 33 del Billboard Hot 100. Pero más allá del ranking, había logrado lo impensable: que millones de personas escucharan la historia de Rubin Carter.
De los escenarios a las cárceles
Impulsado por la canción, Dylan organizó conciertos para recaudar fondos en favor de Carter. Uno de los eventos más emblemáticos fue en la Prisión de Clinton, donde el músico tocó para los reclusos y donde Carter -a pesar de su imagen combativa- calificó la canción como “una pieza fantástica de trabajo”.
Luego vino el Madison Square Garden, el 8 de diciembre de 1975. Fue un espectáculo histórico: Muhammad Ali como orador invitado, Joni Mitchell, otras figuras del folk-rock y una audiencia de 20,000 personas unidas por una causa común. No era solo música; era un acto político. Era arte al servicio de la justicia.
Pero el camino no fue fácil. A pesar del empuje mediático, el caso de Carter seguía estancado. Algunos críticos acusaban a Dylan de simplificar una historia compleja. La canción fue demandada por una testigo mencionada en la letra, aunque la demanda no prosperó. Incluso dentro del movimiento “Free Rubin”, comenzaron a surgir divisiones internas, y una denuncia de agresión contra Carter (aunque sin cargos) dañó su imagen pública. Los conciertos se tornaron desorganizados, y el entusiasmo de algunas celebridades comenzó a menguar.
Un legado complicado
En 1976, Carter y Artis obtuvieron un nuevo juicio, pero fueron nuevamente condenados. La presión pública, sin embargo, no cesó. En 1981, Artis fue liberado. Carter salió de prisión en 1985, tras una histórica decisión de un juez federal que anuló su condena por haberse basado “más en racismo que en razones legales”.
Ya libre, Carter se mudó a Canadá y dedicó el resto de su vida a ayudar a otras personas condenadas injustamente. Murió en 2014, pero su nombre quedó grabado en la memoria colectiva, no solo por su activismo, sino por ser el protagonista de una de las canciones más potentes de la historia del rock.
El legado de “Hurricane”, sin embargo, también es complejo. Dylan nunca volvió a interpretarla en vivo tras los años setenta. “El momento pasó”, dijo más tarde. Su relación con Carter fue distante, marcada por encuentros ocasionales y una sensación de incomodidad mutua. Otros famosos, como Muhammad Ali, también se alejaron, y algunos, como el publicista George Lois, acusaron a Carter de ser ingrato con quienes lo ayudaron.
Una canción que aún resuena
En 1999, Hollywood volvió a contar la historia con la película The Hurricane, protagonizada por Denzel Washington. Aunque con licencias dramáticas, el filme reavivó el interés por el caso. Aun así, para muchos, nada superó la crudeza y sinceridad de la canción original de Dylan.
“Hurricane” no fue una biografía ni un veredicto judicial. Fue, como dijo alguien, una estaca clavada en la tierra. Una declaración de principios. Décadas después, sigue siendo recordada no solo por su valor musical, sino por lo que representó: la posibilidad de que una canción pueda sacudir los cimientos de un sistema injusto.
La historia de Rubin Carter fue dolorosa, contradictoria y humana. Pero gracias a Bob Dylan, también fue escuchada. Y a veces, ser escuchado puede ser el primer paso hacia la libertad.