El 1 de octubre del año pasado, la controversia bañó al nuevo campeón del peso crucero de la Federación Internacional de Boxeo (IBF) al lograr su título en una pelea detenida en el sexto asalto por un corte en su ojo, siendo las cartulinas las que cantaban a su favor en aquel momento. Parecía que lo mejor del combate estaba por llegar, pero nadie lo pudo ver. Este pasado sábado tuvo lugar la revancha. Ambos querían dejar las cosas claras.
El campeón cubano, Yoan Pablo Hernández, se enfrentaba por segunda vez al único hombre que venció a todos los actuales campeones de las otras organizaciones, Steve Cunningham, quien quería demostrar que aquella funesta velada de octubre fue sólo mala suerte, llegando a la contienda con el convencimiento de recuperar el título que todavía consideraba suyo.
Choque de trenes. Lo que empezó con unos minutos de tanteo y precaución, acabó por convertirse en un duelo por la supervivencia, alcanzando su punto álgido y dramático en el cuarto asalto, cuando el estadounidense es derribado en dos ocasiones, con el final preparándose para subir al ring. Pero un campeón, como bien sabe Cunningham, es aquel que tras la caída se levanta.
No sólo eludió un cercano tercer derribo, que podría ser fatal para sus intereses, si no que terminó lanzando algún golpe certero a su oponente, calmando sus arremetidas y recordándole que no firmaría tan fácil, ni tan pronto, su finiquito esa noche. Fue un gesto de orgullo y rabia que la afición supo corresponder al sonar la campana. Perdió el asalto pero la pelea aún estaba en marcha.
Ambos boxeadores dejaron todo sobre el cuadrilátero, siendo muestra de la agonía las bocaradas de aire que tomaba Hernández en la última ronda, como pez fuera del agua, esperando que todo terminase y poder apreciar su obra: haber podido doblegar a un vigoroso rival, al que se le atragantó su condición de zurdo, en una lucha entre colosos que supone el mejor inicio para esta nueva temporada que empieza.
Choque de trenes. Lo que empezó con unos minutos de tanteo y precaución, acabó por convertirse en un duelo por la supervivencia, alcanzando su punto álgido y dramático en el cuarto asalto, cuando el estadounidense es derribado en dos ocasiones, con el final preparándose para subir al ring. Pero un campeón, como bien sabe Cunningham, es aquel que tras la caída se levanta.
No sólo eludió un cercano tercer derribo, que podría ser fatal para sus intereses, si no que terminó lanzando algún golpe certero a su oponente, calmando sus arremetidas y recordándole que no firmaría tan fácil, ni tan pronto, su finiquito esa noche. Fue un gesto de orgullo y rabia que la afición supo corresponder al sonar la campana. Perdió el asalto pero la pelea aún estaba en marcha.
Ambos boxeadores dejaron todo sobre el cuadrilátero, siendo muestra de la agonía las bocaradas de aire que tomaba Hernández en la última ronda, como pez fuera del agua, esperando que todo terminase y poder apreciar su obra: haber podido doblegar a un vigoroso rival, al que se le atragantó su condición de zurdo, en una lucha entre colosos que supone el mejor inicio para esta nueva temporada que empieza.