El árbitro, ese “tercer hombre”...

Para producir un combate de boxeo son necesarios, en principio, tres hombres. Dos de ellos tienen la misión de liarse a puñetazos, mientras el tercero, denominado generalmente en nuestros medios con el nombre de árbitro -o con el snob anglicismo de “referee”-, se limita a encauzar el combate dentro del Reglamento.

Si es un buen árbitro, pasará casi siempre inadvertido para el público; si es malo, adoptará posiciones teatrales, intervendrá constantemente separando a los pugilistas en forma aparatosa, apercibiéndoles en forma autoritaria, a veces sin razón, constituyendose, en suma, en parte activa del espectáculo, provocando de esa manera el fastidio del público, de los boxeadores, de los segundos... y hasta de los acomodadores.

Por otra parte, a los árbitros se les emplea con excesiva frecuencia como recurso fácil para justificar fracasos de las más admiradas figuras del cuadrilátero. A veces son atacados no siempre con razón por la prensa, pero raramente la prensa se enfrenta con el público para defender al árbitro cuando lo merece.

Son los árbitros el grupo marginado a la hora de los elogios. Ellos, aún siendo jueces, podrán recibir el laudo, pero nunca el lauro. Asidero para la derrota, lenitivo para todos los males deportivos, la misión de estos hombres, que voluntariamente abrazan la tarea más compleja y menos agradecida, representa el punto culminante, decisivo, de la administración de justicia. Los árbitros no necesitan el departamento de relaciones públicas y en lo individual no se dotarán de fotografías para firmar autógrafos. Su destino es ser reo...

La presión ambiental no es un mito. El temperamento de nuestro público, tampoco. Pesan sobre los árbitros insultos, gritos, protestas, de esos tifosos energúmenos que durante los combates de boxeo no le dejan sana una sola rama de su árbol genealógico. Se encuentran como náufragos en la luminosa y desierta isla del ring. La mayoría de los cronistas que censuran sus veredictos y resultados no sabrían soportar una polémica sobre conocimientos técnicos del Reglamento. El delegado federativo, con honrosas excepciones, es otro señor que le juzga sin poseer conocimientos técnicos. Sí; el árbitro está siempre metido entre las astas del toro.

Al boxeador tendríamos que enseñarle a obedecer en lugar de protestar toda clase de advertencias arbitrales. Sus preparadores son quienes menos admiten equivocación propia, y quienes más abusan de justificarse con los árbitros, poniéndose a juzgar sus actuaciones desde un punto de vista personal y apasionado.

Ya vemos, pues, lo ingrato que es la situación del árbitro. Lo mejor que puede ocurrirle es que nadie repare en él. Lo peor, que alguno de los púgiles pierda la paciencia y la emprende a golpes contra él. Esta eventualidad, que a un lector no iniciado acaso pueda parecer remota, se ha producido pocas veces, por fortuna. Ya en el amateurismo hay boxeadores irascibles. Pero es evidente que el hecho reviste mayor gravedad cuando ocurre entre profesionales, tanto por el respeto que estos deben al público, como por la responsabilidad que tiene un púgil rentado como protagonista de un espectáculo, además de la que debe tener como deportista.


(Texto: "Boxeo amateur español". 1978. Antonio Salgado Pérez)

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