El preparador

Por regla general el preparador de boxeadores es el personaje más interesante y pintoresco que tiene la farándula de las “coliflores”, según opinión de Eladio Secades, aunque esto de las “coliflores” ya sea un vocablo desterrado del ring tras los exhaustivos reconocimientos médicos.

Los que contemplan el deporte desde lejos creen que los preparadores de pugilistas son hombres desalmados, sin pizca de comprensión humana, dispuestos a conseguirlo todo a base de imposiciones, de trampas, de conjuras siniestras. Creen que preparador y gángster es la misma cosa. Aquí tienen ustedes la imagen del pandillero del boxeo, de acuerdo con el libreto del cine y el pensamiento popular: el sombrero de paño caído con insolencia sobre una pestaña, la mirada fría, el puro entre los labios, una mano en el bolsillo y la otra en la cintura, en actitud de apelar a la pistola para dilucidar un agravio o para dar por liquidada una traición.

Este tipo de preparadores de boxeadores sólo existe en la pantalla y en los cuentos macabros que aparecen en los magazines de papel satinado y con portada de 10 colores... En la vida real el preparador o entrenador de boxeo es laborioso, afable, exagerado en sus elogios, fanfarrón y, por técnica de un oficio tan difícil, es también embustero hasta donde sea necesario. Si usted deja hablar a un preparador moderno, el atleta más torpe y humilde puede convertirse en campeón del mundo, si sigue sus consejos al pie de la letra. Cuando un preparador habla de los recursos y de los secretos del ring, suele acompañar la palabra con demostraciones gráficas la mar de elocuentes y divertidas. En la oficina del promotor, por lo menos, nadie marca un jab con la soltura y con la gracia del preparador que se empeña en dar una lección de defensa personal. Nadie entre el ensogado usará el puño izquierdo como lo usa en una conferencia de gimnasio el entrenador profesional que se propone anular el ataque de derecha concebido por un contrincante imaginario.

Hay preparadores gordos y efusivo que se quitan la chaqueta y se ponen a saltar la comba sin cuerda. O que se arrodillan para enseñar la manera perfecta de esperar el conteo reglamentario después del knockdown. Hay entrenadores tan aparatosos, tan gráficos, tan realistas, que no pierden la esperanza de que les salgan “coliflores” a través de los conocimientos teóricos del deporte. Los hay tan ceremoniosos en el rincón que convierten a éste en solemne confesionario de los grandes eventos. Los hay tan vehementes que se obcecan con el mismísimo doctor cuando el galeno de turno considera que la herida y hostilidades hay que cortarlas para evitar males mayores e irreparables.

Gente peligrosa del boxeo no se localiza en esta familia alegre, decidora y jactanciosa de pugilancia, sino entre los bastidores, detrás de los telones, de la trastienda del negocio.


(Texto: "Boxeo amateur español". 1978. Antonio Salgado Pérez)

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