Cuando Argüello se coronó tras detener a Olivares


Diego Morilla. - En noviembre de 1974, nada hacía presagiar que el nicaragüense Alexis Argüello se convertiría pronto en campeón del mundo.

Argüello tenía entonces 35-4, incluyendo una racha inicial de 3-2 en sus comienzos y un intento fallido de levantar su primer título contra el panameño Ernesto Marcel en febrero de ese mismo año. Aparte de una victoria sobre una versión desgastada del excampeón cubano-español José Legrá y un puñado de victorias sobre una serie de contendientes marginales, Argüello no era más que otro aspirante al título que intentaba la tarea casi imposible de luchar por el mismo cinturón de la AMB que había intentado arrebatar a Marcel, pero esta vez contra el bravucón mexicano por excelencia, Rubén Olivares.

Para empeorar las cosas, Argüello se enfrentaría a Olivares en el Forum de Inglewood, un hogar lejos de casa para los púgiles mexicanos.

Las cosas salieron como estaba previsto durante los primeros 12 asaltos, más o menos. Olivares superó a su joven enemigo, y la pelea habría terminado siendo una fácil defensa de su cinturón si hubiera ocurrido en la época en que los 12 asaltos son el máximo de duración del combate.

Pero todavía eran los años del campeonato a 15 asaltos, y Argüello salió para el 13º buscando verter toda la mala suerte de ese número desafortunado en los hombros de Olivares.

Y lo consiguió. A los pocos segundos del asalto, Argüello aterrizó con un corto gancho de izquierda para dejar caer a Olivares de espaldas.

Malherido, el campeón recibió el visto bueno del árbitro para seguir peleando. Pero tras un largo intercambio en el que Olivares recibió al menos dos docenas de golpes claros en la cabeza, finalmente sucumbió a un corto uppercut de derecha y Argüello levantó el primer título de boxeo de la historia de Nicaragua en una sensacional victoria por KO.

A Argüello le seguirían muchos más combates por el título. Pero ese primer cinturón y ese triunfo en una guerra de desgaste contra uno de los campeones más duros de México fue la primera señal de la grandeza que alcanzaría en su extraordinaria carrera.

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