El mundo deportivo es un adelanto de la sociedad que nos espera y que ya estamos conociendo, un mundo hipercompetitivo en que, en muchas ocasiones, el fin justifica los medios, donde se hacen trampas o se toman atajos que en ocasiones no llevan por el camino esperado. Pero en otras… Cuesta llegar arriba y, si ello es complicado, no hablemos de mantenerse. Claro que hay quien tiene un as bajo la manga.
Se dice que quien tiene padrino, se bautiza. En el boxeo actual, en pos de continuar con su decadente estructura, cada vez se guardan menos las formas y se actúa con total irreverencia a la hora de “poner” determinados “campeones”. Y si además son protegidos por no encontrarse suficientemente “maduros” o “experimentados” para enfrentarse a un determinado aspirante, apaga y vámonos.
O que dilaten en el tiempo la realización de su defensa mandatoria, para poder hacer caja enfrentándose con bultos, teniendo a los verdaderos contendientes enfrascados en innumerables y estériles eliminatorias. Pensaba que campeón era sinónimo de ser el mejor y demostrarlo. Pero entonces, qué podemos pensar de aquellos que reciben una oferta en firme para combatir con algún campeón y la rechazan. ¿Se atreven a llamarse boxeadores? Si no estás dispuesto a pelear, es mejor dejarlo.
Ese afán de proteger una estadística vacía, es muy triste. Si empiezas a tener derrotas ya no vendes, no te quieren. Olvidan lo que se hace encima del ring. Es increíble que haya campeones, con corona y sin ella, que busquen encarar a los mejores y estos rehuyan el enfrentamiento. Algo no funciona si un deportista renuncia a competir y a alcanzar la gloria. O espera tal vez, alguna “ayuda” externa que lo ”apadrine”. Pero esto es lo que tenemos hoy en día.
Una mezcla de sabores, con toques del boxeo “intervenido” típico de la época gángster, junto a un ligero chispazo de conformismo, forman este cóctel tan nocivo para el deporte en sí mismo, como para los aficionados, quienes soñamos, y creo poder generalizar, con un boxeo más auténtico, sin aditivos en forma de intervencionismo y burocracia, ni adulteraciones, como arbitrarias clasificaciones o "200" campeones por división.
El mal necesario que son las organizaciones, deberían despertar de su embriaguez y darse cuenta de que su licorería va a cerrar. Cada vez hay menos clientes, hartos de tanto garrafón. Queremos ver a los mejores. Es más, queremos ver a los mejores… contra los mejores. Disfrutar con este deporte, desconocer quién va a ser el ganador en la mayoría de peleas, no temer a los jueces, estar seguros de que tras esta pelea, vendrá otra tan interesante o más. Dejen de ir contranatura y permitan que gane el mejor.
Se dice que quien tiene padrino, se bautiza. En el boxeo actual, en pos de continuar con su decadente estructura, cada vez se guardan menos las formas y se actúa con total irreverencia a la hora de “poner” determinados “campeones”. Y si además son protegidos por no encontrarse suficientemente “maduros” o “experimentados” para enfrentarse a un determinado aspirante, apaga y vámonos.
O que dilaten en el tiempo la realización de su defensa mandatoria, para poder hacer caja enfrentándose con bultos, teniendo a los verdaderos contendientes enfrascados en innumerables y estériles eliminatorias. Pensaba que campeón era sinónimo de ser el mejor y demostrarlo. Pero entonces, qué podemos pensar de aquellos que reciben una oferta en firme para combatir con algún campeón y la rechazan. ¿Se atreven a llamarse boxeadores? Si no estás dispuesto a pelear, es mejor dejarlo.
Ese afán de proteger una estadística vacía, es muy triste. Si empiezas a tener derrotas ya no vendes, no te quieren. Olvidan lo que se hace encima del ring. Es increíble que haya campeones, con corona y sin ella, que busquen encarar a los mejores y estos rehuyan el enfrentamiento. Algo no funciona si un deportista renuncia a competir y a alcanzar la gloria. O espera tal vez, alguna “ayuda” externa que lo ”apadrine”. Pero esto es lo que tenemos hoy en día.
Una mezcla de sabores, con toques del boxeo “intervenido” típico de la época gángster, junto a un ligero chispazo de conformismo, forman este cóctel tan nocivo para el deporte en sí mismo, como para los aficionados, quienes soñamos, y creo poder generalizar, con un boxeo más auténtico, sin aditivos en forma de intervencionismo y burocracia, ni adulteraciones, como arbitrarias clasificaciones o "200" campeones por división.
El mal necesario que son las organizaciones, deberían despertar de su embriaguez y darse cuenta de que su licorería va a cerrar. Cada vez hay menos clientes, hartos de tanto garrafón. Queremos ver a los mejores. Es más, queremos ver a los mejores… contra los mejores. Disfrutar con este deporte, desconocer quién va a ser el ganador en la mayoría de peleas, no temer a los jueces, estar seguros de que tras esta pelea, vendrá otra tan interesante o más. Dejen de ir contranatura y permitan que gane el mejor.