El campeón español que tardó 87 años en recibir su cinturón

En sus mejores momentos, el cuadrilátero de boxeo es el único lugar del universo donde el orgullo y la vanidad pueden ser aplastados en una fracción de segundo bajo la furia de un desvalido decidido a darlo todo en su afán por ver su nombre perdurar para siempre.

Eso es exactamente lo que ocurrió el 1 de junio de 1935 en Valencia. Y el recuerdo de aquella fatídica noche, una pelea en un "ring dentro del ring", aún resuena. Sólo faltaba un reconocimiento adecuado al vencedor, un último momento de reconocimiento a una victoria que hizo historia para España y para la familia del púgil que levantó (aunque sólo fuera metafóricamente hablando) el primer cinturón de boxeo de la historia del país.

Sin embargo, el levantamiento del cinturón real tendría que esperar unos años. Un total de 87, para ser exactos. Pero el momento llegó el 15 de octubre de 2022.

Manuel Belenguer Baltasar Sangchili the ring
Aquel día, el púgil en cuestión recibió su merecido en forma de un reluciente y flamante cinturón de The Ring, entregado en el mismo lugar en el que desafió épicamente todos los pronósticos para derrotar al entonces campeón y desde el que fue izado en alto por sus compatriotas antes de ser paseado por la ciudad en un delirante frenesí de celebración que terminó de madrugada con el campeón, un tal Baltasar Sangchili, fue llevado en volandas hasta la puerta de su casa, a uno o dos kilómetros del cuadrilátero en el que hizo historia aquella noche, con las botas, los baúles y el rostro hinchado aún empapados de sangre, sudor y gloria.

El camino del cinturón hasta Valencia, sin embargo, fue accidentado. Y durante todos esos años ocupó su lugar con una fantástica historia, convirtiéndose de paso en uno de los objetos de recuerdo deportivos más preciados de la ciudad.

En el centenario de la Federació de Boxeig Comunitat Valenciana, ambos cinturones estuvieron expuestos durante la ceremonia en la que se honró la historia del boxeo en esa región (la tercera más grande de España). Uno a uno, varios ex púgiles amateurs y profesionales fueron subiendo al escenario para recibir su merecido homenaje, antes de que el más laureado de todos ellos recibiera el largamente merecido homenaje que la federación local había planeado con tanto esmero.

En un breve discurso, la revista The Ring rindió homenaje a la figura de Sangchili, nacido Baltasar Belenguer Hervás en 1911, que cambió su nombre adoptando el de un amigo chino (Chang-Chi-Li) como nombre de guerra para ocultar el hecho de que aún no tenía la edad legal para convertirse en pugilista, y que su padre no lo habría aprobado de todos modos.

Como aprendiz de 17 años del varonil arte de la defensa, Sangchili hizo todo lo posible por aprender en el trabajo, y fracasó, en su mayor parte, durante una decepcionante racha inicial de 2-2-2 en sus dos primeros años.

Eso cambiaría muy pronto. En 1930 logró una increíble marca de 17-1, seguida de un 11-0 en 1931. Continuó su carrera con combates por toda Europa con resultados desiguales, pero forjándose una reputación de luchador duro y favorito de los aficionados de su ciudad natal.

Su gran oportunidad llegó en 1935, cuando por fin pudo atraer al campeón del mundo a su propia guarida. En un combate que se celebraría en la Plaza de Toros de Valencia, Sangchili se enfrentaría nada menos que al campeón mundial de peso gallo "Panamá" Al Brown, el primer campeón de boxeo nacido en Latinoamérica.

¿Cómo de bueno era Brown?

"Bobby Diamond, el mánager de Brown, tenía que traer el cinturón, pero no lo trajo", contaba Manuel Valero, editor de EspaBox. "Nunca pensaron que podían perder el cinturón".

De hecho, Sangchili era un perdedor tan prohibitivo que cuando el combate se retrasó por la lluvia, la mayoría de los aficionados y escritores cruzaron la calle hasta la estación de tren Estació del Nord y se marcharon a Madrid, donde se esperaba un combate más competitivo entre Marcel Thil y el héroe local Ignacio Ara.

Los que así lo hicieron se perdieron uno de los combates más emblemáticos de la historia de España.

Espoleado por las voces de 20.000 aficionados acostumbrados a ver sangre y muerte en ese mismo escenario semana tras semana, Sangchili cargó contra el mucho más alto Brown del mismo modo en que había derrotado a Brown en un combate sin título tres meses antes. Las actuaciones mediocres en los combates por el título no eran del todo infrecuentes en aquella época, y Brown, imperturbable y poco impresionado, pensó que una revancha con el cinturón en juego sería una propuesta completamente diferente.

Y así fue. Sangchili acabó ganando por 13-2 en el cómputo final para hacerse con el título de campeón del mundo del peso gallo y desatar una celebración en la que fue prácticamente secuestrado por sus compatriotas, quienes, a la manera de un torero triunfante que es llevado a hombros por sus hombres a través de la puerta grande tras una gran victoria, lo pasearon por el ruedo primero, por la plaza de toros después y por la ciudad hasta que finalmente llegaron a casa de Sangchili y lo dejaron allí para que descansara en la que sin duda sería su mejor noche.

Por la mañana, la constatación de que se había dejado algunas cosas en la taquilla de la plaza de toros asaltó a Sangchili.

Probablemente recuperó su ropa y otras pertenencias personales con bastante facilidad.

Su nuevo cinturón de campeón, por desgracia, no estaba a la vista.

Y así permanecería durante unos meses más.

Cuando la IBU (Unión Internacional de Boxeo, una especie de "organismo sancionador" de la época) no pudo producir el cinturón, y cuando ocurrió lo mismo con el cinturón de The Ring en una época de comunicaciones internacionales defectuosas y retrasadas (que empeorarían significativamente con el comienzo de la Guerra Civil española en 1936), los compatriotas de Sangchili decidieron que el hombre merecía recibir la representación física de su fenomenal logro por cualquier medio necesario, y se dispusieron a fabricar uno desde cero.

Se pidió a todas las federaciones de boxeo de España que contribuyeran a un fondo para fabricar un cinturón de campeón para Sangchili, pero el ya enrarecido clima político acabó boicoteando el proyecto.

"Como las demás federaciones no arrimaron el hombro, se pidió la colaboración de los clubes de fútbol y, cuando eso no fue suficiente, se pidió también la colaboración del público en general", relata Valero.

El resultado fue una obra de arte.

Cinturones boxeo the ring
Se creó un cinturón de hilos de oro a modo de fajín de torero, con todos los iconos e imágenes que simbolizaban el campeonato de Sangchili y su orgullo nacional. El escudo amarillo y rojo de Valencia estaba allí, así como el murciélago (un animal considerado un amuleto de la suerte por los lugareños), un gallo (por "peso gallo"), un par de guantes de boxeo, una rama de olivo y un orbe.

Un bonito sustituto temporal de lo que seguramente sería el cinturón oficial, que llegaría en cualquier momento tras las numerosas peticiones de la federación local y del propio púgil, ¿no?

La espera, en efecto, resultó ser mucho más larga que eso.

La guerra, un asunto sangriento y amargo que enfrentó a familias y amigos durante años, se interpuso en el camino en más de un sentido.

El hermano de Baltasar, Manuel, moriría en aquella guerra pocos meses después de la contienda, dejando un hijo que llevaba su mismo nombre, de apenas 20 días de edad en el momento del fallecimiento de su padre. Con el tiempo, Manuel Belenguer se convertiría en el orgulloso poseedor del cinturón de Sangchili y, como único heredero, en el encargado de mantener viva la memoria de su tío durante todos estos años.

El 15 de octubre de 2022, fue Manuel, ya octogenario, el que consiguió empuñar el cinturón que Baltasar había ganado casi 90 años antes, y en el mismo lugar en el que lo ganó.

Las lágrimas de Manuel bajo el sol abrasador del mediodía marcaron la realización emocional del sueño de Baltasar de recibir algún día su cinturón de campeón. Pero seguramente no serán las últimas lágrimas derramadas sobre el ruedo de la plaza de toros de Valencia en sus más de 170 años de existencia.

Habrá muchas lágrimas tanto por los toros como por los toreros al derramar su propia sangre sobre las arenas de la antigua plaza, incluso mientras las corridas de toros marchan hacia su desaparición como ya ha ocurrido en otras partes de España donde han sido prohibidas. Puede que otros grandes toreros derramen lágrimas de alegría o de dolor tras una noche de boxeo en el mismo recinto.

Y entonces, algún día, llegará el momento en que los hijos y nietos de aquellos afortunados compatriotas de Baltasar que estuvieron presentes aquella noche de 1935 verán cómo se erige una placa o tal vez incluso una estatua en su memoria, como el primer y más improbable campeón de España y el orgullo de su querido país que pronto dejará de serlo.

"Es una vergüenza que ni siquiera se mencione en estas paredes la lucha de Sangchili", afirma Manuel, que promete seguir luchando para que se haga justicia.

Ese día llegará, y no demasiado pronto. Y entonces, se derramará una última lágrima en memoria de Sangchili cuando sea consagrado en su propia ciudad natal como el héroe que ha sido para su pueblo (con o sin cinturón) durante los últimos 87 años.

Diego Morilla | The Ring

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