Jake Paul venció a Julio César Chávez Jr. con autoridad y dejó en evidencia lo que muchos ya intuían: el heredero de una leyenda se ha convertido en un recuerdo borroso de lo que pudo ser.

Jake Paul nunca fue un boxeador tradicional. Surgido de YouTube, del ruido digital y la cultura del espectáculo, su incursión en el mundo del boxeo fue recibida con escepticismo y burla. Pero el 28 de junio de 2025, en un ring cargado de simbolismo, derrotó con claridad a Julio César Chávez Jr., el hijo del gran campeón mexicano, y dejó claro que, al menos por una noche, el influencer se comportó como el verdadero luchador.
Chávez Jr., alguna vez dueño del cinturón mundial de peso mediano, llegó al combate como un hombre al borde del olvido. A los 39 años, con un historial plagado de altibajos, escándalos y decepciones, encontró en Paul una posible vía de redención. Pero fue demasiado tarde. El estadounidense dominó de principio a fin, lanzó casi tres veces más golpes, y se impuso por decisión unánime sin discusión. Chávez Jr. apenas reaccionó en los últimos asaltos, como si algo dentro de él supiera que ya nada podía salvarse.
"No me fue bien al principio", reconoció tras la pelea. “Pensé que perdí los primeros cinco asaltos, así que traté de ganar los últimos. Es fuerte, un buen boxeador en los primeros tres o cuatro rounds, pero luego se cansó. No creo que esté listo para los campeones, pero es un buen peleador”. Sus palabras, mezcla de resignación y condescendencia, no alcanzaron para explicar lo que había ocurrido.
Paul, lejos de quedarse callado, aprovechó el momento: desafió a figuras del peso crucero como Gilberto “Zurdo” Ramírez y Badou Jack, y hasta dejó caer los nombres de Anthony Joshua y Gervonta Davis, buscando más reflectores, más historia.
El promotor británico Eddie Hearn no tuvo pelos en la lengua al aplaudir esta jugada publicitaria brillante. "Un rival conocido, pero desinflado". Y ese es, tal vez, el mejor resumen del presente de Chávez Jr. Porque alguna vez lo tuvo todo: el apellido, el talento, la corona. En 2011 venció a Sebastian Zbik para consagrarse campeón mundial y, en 2012, derrotó a Andy Lee en una pelea memorable. Pero tras su caída ante Sergio “Maravilla” Martínez, su carrera entró en caída libre.
Vinieron los problemas de peso, las suspensiones por dopaje -furosemida en 2009, marihuana en 2012- y un rosario de indisciplinas que lo alejaron del nivel de élite. Su derrota ante Anderson Silva, un excampeón de MMA sin gran experiencia en boxeo, fue quizás el golpe más bajo. Detrás del púgil, apareció el hombre, y con él sus luchas internas: alcohol, drogas, y una sombra paterna imposible de igualar.
La pelea con Paul no solo confirmó su declive; lo cristalizó. Ya no queda misterio. Lento, sin estrategia ni ambición, Chávez Jr. mostró que lo que fue una promesa, hoy es apenas un eco del pasado. Aquella noche no subió al ring el hijo del gran campeón. Subió un hombre agotado, vencido antes del primer campanazo.
Y frente a él, el influencer -ese extraño nuevo tipo de boxeador- se alzó como el protagonista de una historia que, por increíble que parezca, recién comienza.